viernes, 18 de junio de 2010

Hasta siempre, Saramago


“La literatura está de luto” es el titular que leí esta mañana sobre la muerte del Premio Nóbel de Literatura 1998, José Saramago. Y, en efecto, la literatura está de luto. Murió de 87 años en su hogar de Lanzarote, Islas Canarias, España, a causa de una leucemia crónica.

Saramago era un hombre de letras, coherente consigo mismo, con sus ideas. Siempre plasmó en sus páginas lo que pensaba sobre la realidad que lo rodeaba y entregó al mundo, con su obra, una narrativa íntegra que lleva su firma impregnada en cada página escrita. Nunca temió ser crítico, nunca temió ser honesto, nunca calló la verdad de lo que veía o sentía. “A las palabras hay que arrancarles la piel”, afirmaba, y así lo hizo, convirtiéndose en uno de los mayores representantes de la literatura europea, quien por su profunda humanidad e inmensa imaginación, nos transmitió el mundo a través de sus ojos e hizo a más de uno, y me incluyo en este digno grupo, caer hipnotizados ante su prosa.

En el día de su muerte, recuerdo el regalo que nos dio a sus lectores y solo le puedo decir: eres grande Saramago, buen viaje…


A continuación pequeños fragmentos de sus obras más reconocidas para recordar el porqué de nuestro luto en el día que el mundo de la literatura pierde a uno de sus más valiosos contribuyentes:

Cuántas veces precisamos la vida entera para cambiar de vida, lo pensamos tanto, tomamos impulso y vacilamos, después volvemos al principio, pensamos y pensamos, nos movemos en los carriles del tiempo con un movimiento circular, como los remolinos que atraviesan los campos levantando polvo, hojas secas, insignificancias, que a más no llegan sus fuerzas, mejor sería que viviéramos en tierra de tifones. Otras veces es una palabra cuanto basta.

La balsa de piedra

Retrocedieron éstos como pudieron, Ahí hay muertos, hay muertos, repetían, como si los llamados a morir de inmediato fuesen ellos, en un segundo el zaguán volvió a ser un remolino furioso como en los peores momentos, después la masa humana se fue desviando en un impulso súbito y desesperado hacia el ala izquierda, llevándose todo por delante, rota ya la línea de defensa de los contagiados, muchos que ya habían dejado de serlo, otros que, corriendo como locos, intentaban escapar de la negra fatalidad.
Corrían en vano. Uno tras otro se fueron todos quedando ciegos, con los ojos de repente ahogados en la hedionda marea blanca que inundaba los corredores, las salas, el espacio entero. Fuera, en el zaguán, en el cercado, se arrastraban los ciegos desamparados, doloridos por los golpes unos, pisoteados otros, eran sobre todo los ancianos, las mujeres y los niños de siempre, seres en general aún o ya con pocas defensas, milagro que no resultaran de este trance muchos más muertos por enterrar.

Ensayo sobre la ceguera

Siguieron andando. Un poco más allá, dijo la mujer del médico, En el camino hay más muertos que de costumbre, Es nuestra resistencia lo que está llegando al fin, se acaba el tiempo, se agota el agua, proliferan las enfermedades, la comida se convierte en veneno, lo dijiste tú antes, recordó el médico. Quién sabe si entre estos muertos no estarán mis padres, dijo la chica de las gafas oscuras, y yo aquí, pasando a su lado, y no los veo, Es una vieja costumbre de la humanidad, ésa de pasar al lado de los muertos y no verlos, dijo la mujer del médico.

Ensayo sobre la ceguera

Las fuerzas de José cedieron de golpe ante el desastre. Como un ternero fulminado, de aquellos que vio sacrificar en el templo, cayó de rodillas y, con las manos contra el rostro, se le soltaron de una vez todas las lágrimas que desde hacía trece años venía acumulando, a la espera del día en que pudiera perdonarse a sí mismo o tuviera que enfrentarse con su definitiva condena. Dios no perdona los pecados que manda a cometer.
José no regresó al almacén, había comprendido que el sentido de sus acciones estaba perdido para siempre, ni el mundo, el propio mundo, tenía ya sentido, el sol iba naciendo y para qué, Señor, en el cielo había mil pequeñas nubes dispersas en todas las direcciones como las piedras del desierto.
Viéndolo allí, secándose las lágrimas con la manga de la túnica, cualquiera pensaría que se le había muerto un pariente entre los heridos recogidos en el almacén, y lo cierto es que José estaba llorando sus lágrimas naturales, las del dolor de la vida.

El Evangelio según Jesucristo

Y de su discurso de aceptación del Premio Nóbel:

El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir (...) y ése fue mi abuelo Jerónimo, pastor y contador de historias, que, al presentir que la muerte venía a buscarlo, se despidió de los árboles de su huerto uno por uno, abrazándolos y llorando porque sabía que no los volvería a ver.


1 comentario:

  1. "El viaje no termina jamás. Solo los viajeros terminan. Y también ellos pueden subsistir en memoria, en recuerdo, en narración... El objetivo de un viaje es solo el inicio de otro viaje." Él era un viajero y sí, subsistirá en nuestras memorias, en nuestros recuerdos y en su narración. Hoy terminó su viaje pero sí, tal y como él lo dice también empezó otro... que descanse en paz. Gran homenaje presi.

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